Hoy hace 21 años llegaron a nuestras vidas, para revolucionarlo todo y ponerla patas para arriba, Román, Iñaki y Candela.
A partir de ese momento, yo dejé de ser Mariana, para ser “la mamá de los trillizos”, título nobiliario que ostento con mucha honra.
Creo que ya lo conté muchas veces, pero como el público se renueva, que cuando me enteré que estaba embarazada de trillizos, lo primero que pensé fue: “tengo dos brazos, dos piernas, dos pechos, ¿cómo voy a hacer?”.
Si te imaginas que tengo la respuesta, lamento decepcionarte, porque no tengo ni idea. Sí puedo contar que siempre estuvimos rodeados de otras personas que nos ayudaron, otras manos que cambiaban pañales, otras piernas que salían a correr cuando lloraba alguno, muchas abuelas y abuelos que preparaban mamaderas y, sobre todo, buenos compañeros y compañeras, amigas y amigos, con brazos fuertes para abrazar cuando hacía falta o estábamos desbordados. Por eso siempre digo que la crianza de estos niños fue un trabajo en equipo.
Permítanme, porque los cumples de los trillis siempre me ponen muy nostálgica, recordar ese 23 de julio, de hace 21 años, porque hay un par de anécdotas que merecen ser contadas.
Esa mañana fría de julio tenía turno para realizarme la ecografía de control. No había camiseta, camisa ni remera que pudiera cubrir la enorme panza que, además, me llevaba como un metro de delantera. Moverme en el ámbito que fuera era como poner un elefante en un bazar. Al fin conseguí vestirme lo más decente que pude y salimos temprano rumbo al consultorio.
Me hicieron la ecografía y cuando finalizó, ( llevo como dos horas) el médico me dijo que los chicos estaban bien, pero que no era conveniente seguir esperando más tiempo y que lo ideal era sacarlos ese mismo día. Era la semana 34 de embarazo y hasta ese momento, yo no había tenido ni una contracción. Ellos estaban cómodos y la verdad, yo también. El médico me advirtió que sería una cesárea, No se en que momento este buen hombre pensó que yo iba a parir a los tres de forma natural, si no me podía mover y la panza estaba tan grande, que apenas podía respirar.
Así que me pidió que vaya a casa, armara el bolso ( que tenía preparado desde que me enteré que estaba embarazada) y volviera a la clínica a las 19 hs. Perfecto le dije, son las 15hs me da tiempo para ir a la peluquería antes de internarme. Me miró como quien mira a una desquiciada ( seguramente lo estaba) y me contestó que prefería que vaya a casa y descanse un poco porque iba a hacer un día muy largo.
Así que nos volvimos a casa, llamamos a familia y amigos para avisarles, me di un baño, me hice la planchita (antes muerta que sencilla) y partimos para el sanatorio.
Los trillizos nacieron entre las 22 y las 22.20, mientras todos los médicos que tenía a mi alrededor hablaban del último partido de Boca con el papá de los niños en cuestión, y yo temblaba, no de miedo, sino de frío por efecto de la pedicural. Los gurises salieron con muy buen peso lo que explicaba en parte mi enorme panza. El resto de los kilos fueron daño colateral por antojo de papás fritas y chocolates. ( este último antojo todavía no abandonó mi cuerpo, algunos kilos tampoco).
Me dieron una habitación preciosa, las enfermeras venían a verme todo el tiempo y la familia, amigos y conocidos hacían cola para ver a los trillizos como si fueran una atracción de circo. Igual los gurises estaban en neo así que no se los podía ver. Y yo estaba agotada como si hubiera corrido una maratón de 40 km. ( pero seguía bien peinada) Abandone la clínica 5 días después, un poco más liviana de peso, pero sin los gurises que quedaron en Neo durante 21 días más.
Ninguna mujer está preparada para salir de la clínica sin su hijo recién nacido. Es una sensación muy extraña. En mi caso intenté llevarlo lo mejor que pude, sabiendo que los bebés estaban bien y solo les faltaba un golpe de horno hasta que pudieran madurar sus pulmones para dejar el sanatorio.
Finalmente llegó el día en que los trajimos a casa, estábamos felices y súper organizados( o eso creíamos) les dimos de comer, los cambiamos, les pusimos música clásica, y los acostamos en sus cunitas. Hasta allí, todo muy de publicidad Huggies. Pero llegó la medianoche y se pudrió todo. Empezaron a llorar los tres a la vez. Tres horas después seguían llorando, ellos y nosotros porque no sabíamos qué corno hacer. Al final nos ganó la lógica, y llamamos a la clínica donde nos aconsejaron que los acostamos a los tres juntitos en nuestra cama y así nos dormimos al fin unas horas, todos juntos y revueltos.
Cuando unos días después fuimos a la consulta con el pediatra, hablamos de este tema tabú que era la “ dormida” y me dijo algo muy sabio que no me voy a olvidar más: “ cuando los niños son bebés uno no duerme porque se despiertan a cada rato para tomar la teta, cuando tienen dos años , uno no duerme porque se pasan a tu cama, cuando tienen 5 años uno no duerme porque tienen pesadillas y cuando tienen 18 años , uno no duerme porque le preocupa con quien están durmiendo.” Maravillosa máxima sobre lo que es ser mamá. Ahora que ya son mayorcitos, debo reconocer que a veces, cuando logro soltar y pensar que ya no está en mis manos su cuidado, duermo bien. Algunas otras, todavía me desvelo pensando dónde, cómo y con quién están.
Se que lo que voy a decir es una frase hecha, pero no sé en qué momento se me pasaron los años. En un abrir y cerrar los ojos , me metieron 21 años.
No me puedo quejar, la vida me dio mucho más de lo que yo esperaba, y resultó mucho mejor que aquello que imaginé cuando me enteré que tendría trillizos. Fue y lo sigue siendo, (porque ser padres es un camino de ida) un viaje hermoso, intenso, por momentos accidentado, por momentos más calmo, pero si hay algo que puedo decir es que nunca fue aburrido.
Cumplir 21 años no es moco de pavo. Ya son oficialmente mayores de edad, emancipados, y responsables de sus actos, y a nosotros nos toca la tarea simplemente de acompañarlos. Ser un espectador en sus vidas, no es tarea fácil. Y mucho más para una” idishe mame” como yo.
Esta etapa implica un nuevo aprendizaje. Hay que aprender a callar, respetar las decisiones de tus hijos aunque te muerdas la lengua por decirles que se van a equivocar, dejarlos hacer, verlos emprender su camino. Será tal vez, el mayor de los desafíos, pero eso es material para otra nota.
¡Feliz vida hijos…!
Parafraseando al gran Serrat, “esos locos bajitos que se incorporan, Con los ojos abiertos de par en par, Sin respeto al horario ni a las costumbres Y a los que por su bien, hay que domesticar. Nada ni nadie puede impedir que sufran, que las amigas avancen en el reloj, que decidan por ellos , que se equivoquen, que crezcan y que un día ,nos digan adiós”.
Mariana Margulis